El 18 de agosto de 1947, a las diez menos cuarto de la noche, un infernal estruendo tiñó el cielo de la bahía de un rojo incandescente. Acababa de explotar un polvorín en la Base de Defensas Submarinas de Cádiz, donde entre 1942 y 1943 habían sido depositadas 2.228 minas submarinas y cargas de profundidad para afrontar la II Guerra Mundial en el supuesto caso de que España hubiese entrado en el conflicto bélico. Al final estos temores se disiparon, pero no así la presencia de estas armas, que permanecieron allí por tiempo indefinido. El desenlace de esta temeraria decisión militar fue funesta para los gaditanos.
La deflagración del almacén de minas núm. 1 segó la vida de 150 personas que dejaron a sus familias rotas por el dolor de su ausencia y desamparadas económicamente. Los daños materiales dejaron a la ciudad completamente desfigurada, por lo que tardaría muchos años en recuperarse de sus heridas. Y la condena al silencio inherente al Régimen sembró de dudas y de reprimida indignación a quienes fueron testigos de tan dramático suceso.
«La Explosión es el epígrafe más simple que resume una devastadora tragedia, envuelta desde sus albores entre polémicas distorsiones que han pugnado siembre por ensombrecer su parte más humana y cobrar un protagonismo que nunca debieron perder las víctimas y quienes padecieron su funesto destino. Ocurrió en los difíciles años de la postguerra española, una época de hambre y racionamiento, de ideas perseguidas, de un solo credo político, de falta de libertad, de temor de Dios y de censura. Y precisamente de esta censura, como diría José Pettenghi Estrada, surgieron la infinidad de rumores y disparates que se han ido concibiendo, difundiendo y exagerando a lo largo de varias generaciones y a través de todo tipo de medios. Esta tendencia no solo no ha permitido esclarecer las circunstancias que envolvieron al fatal suceso sino que lo han enturbiado aún más si cabe hasta los límites del puro escepticismo. Hay quienes hablan de miles de muertos, de fosas comunes, de conjura atómica, de la implicación de la Alemania nazi, de un atentado contra el Régimen, de silenciamiento franquista. Y así es como hemos llegado a adentrarnos en los terrenos de la fábula y la leyenda, a lo que ha contribuido no poco el mutismo voluntario de los protagonistas durante décadas».
(Introducción de La noche trágica de Cádiz, de José A. Aparicio)
Cádiz ha sufrido a lo largo de su historia dos grandes desastres: el Maremoto de 1755 y la Explosión de 1947; la primera, de origen natural, y la segunda, de origen tecnológico. Sin embargo, a pesar del drama humano que significaron ambos hechos, de los dos parece que nos hemos olvidado.
Esta página web es precisamente una lucha infatigable contra el olvido y la desmemoria, donde la verdad de los hechos se pone al descubierto y donde las víctimas son el eje sobre el que gravita nuestro trabajo y la fuerza que impulsa nuestra investigación de principio a fin; donde no hay espacio para las supercherías…
Como familiar de damnificados os agradezco la publicación de esta página. Muchas gracias y un fuerte abrazo, Ramón Rivero
Para nosotros los investigadores es un compromiso moral que hemos adquirido con las víctimas, los damnificados y sus descendientes, a los que nos dedicamos en cuerpo y alma para que Cádiz nunca pierda la memoria de la Explosión. Un abrazo.
Mi mamá me.contaba todo esto y yo alucinaba porque nunca lo escuché en la tv al menos como un homenaje a esas víctimas y mi familia mi mamá y mi abuela lo pasaron muy mal.Gracias por publicarlo.