Un recorrido social, económico y político por la ciudad de 1947 antes de que la explosión de la base de minas submarinas cambiase su presente y su futuro.
Domingo 10 de agosto de 1947. Cádiz recibe a más de 15.000 visitantes aprovechando el calor y el reclamo de sus playas. Bajo el lema de «Cádiz, estación veraniega», la publicidad oficial resalta el cada vez más importante papel que el turismo tiene para la ciudad. Se cuenta que, junto a los visitantes que han llegado a través de los autobuses interurbanos y de los trenes de Renfe, hay más de cuatro mil forasteros residiendo en estas fechas en pisos de la ciudad más los hospedados en los escasos hoteles, ocho, existentes en la capital. Junto al poder de atracción de la playa, aún sin paseo marítimo y sin las casetas que completaron su paisaje durante décadas, la propaganda resalta la celebración en ese fin de semana de dieciséis espectáculos en distintos puntos de la ciudad.
El Cortijo de los Rosales, junto a salas de fiestas como el Salón Moderno o el Pay Pay, era uno de los referentes del ocio nocturno. La temporada en el local del Parque Genovés se había iniciado el 5 de junio con la presencia de Antonio Machín, uno de los clásicos del establecimiento, y la Orquesta Orozco. Como fin de fiesta actuaban Pericón de Cádiz, El Chino y el Profesor Capiteni. El precio de la entrada se mantenía en 15 de pesetas. Un mes antes, el 4 de mayo, el Cine Bahía había sido el primero de las salas de verano de la ciudad, junto al Avenida (ubicado en la plaza de toros) y el Delicias, en iniciar la temporada. «El hombre de las conquistas», con Joan Fontaine y Richar Dix protagonizan la cinta.
Todos estos cines se ubican en los barrios de extramuros que, poco a poco, van incrementando su población, y eso que la conexión con el casco antiguo, que sigue siendo el corazón de la ciudad, se topa con el frente de la Puerta de Tierra aún sin urbanizar, con parte de la muralla derruida y sin los dos grandes arcos que se abrirán apenas unos años más tarde, en 1950. Todo ello para una población donde se rozaban por primera vez los 100.000 habitantes.
Esta imagen idílica de la ciudad que se intentaba mostrar desde el poder público contrastaba con la elevada tasa de pobreza, de miseria, que se soportaba en los barrios más populares de la capital. La renta per capita apenas llegaba a las 5.000 pesetas, trescientas menos que en Sevilla y aún lejos de repetir los niveles que se habían alcanzado antes de la guerra, en 1936.
Los efectos del conflicto aún se dejaban notar con fuerza. Primero, por la represión de la dictadura, que vivía sus años más sangrientos desde el final del conflicto en 1939, aunque comenzaban a disminuir el número de fusilamientos de los fieles a la República; después, el hambre, que en Cádiz, sin suelo agrícola en su término urbano, se soportaba con fuerza entre las clases medias-baja y baja, las más numerosas de su sociedad.
El Cádiz de 1947 vivía, aún, casi constreñida por las murallas. El derribo de éstas en su frente de puerta tierra comenzó en 1931, pero se encontraban paralizadó desde años atrás. Quedaba en pie el torreón, sin tenerse claro qué hacer con los grandes huecos laterales abiertos.
La mayor parte de la población vivía (o se hacinaba en el caso de Santa María, La Merced, San Juan o la Viña) en intramuros mientras que en extramuros florecían los chalés de las clases más acomodadas o de familias de Madrid o Sevilla que los utilizaban como residencia de verano. La Avenida, adoquinada y más estrecha que la actual, apenas si contaba con algunas edificaciones en altura, mientras que los primeros barrios, muy populares, nacían en San José y San Severiano. En esta última zona, el 1 de abril se entregaban las llaves de las primeras 25 casas de la barriada España que habían sido financiadas en parte por las empresas vinateras radicadas en extramuros, Lacave, Abárzuza y Gómez. En intramuros, se trabajaba en la reordenación de la plaza del General Varela (Palillero), donde se encontraban los edificios más afectados por la Guerra Civil.
Un ejemplo del retraso económico de Cádiz es que apenas existían en la ciudad 186 coches rápidos, 238 carruajes con tracción animal, 35 ómnibus, 158 camiones, 15 motocicletas y 1.477 bicicletas. Relacionado con la necesidad de la mejora de la formación laboral, una de las grandes noticias en el inicio del año fue la inauguración, en el mes de marzo, de las Escuelas Pontificias de Nuestra Señora del Rosario y San Antonio, La Salle Viña, que habrá de tener un papel relevante en la formación de los jóvenes de varios de los barrios más populares de intramuros.
Este año de 1947 había comenzado de manera muy emotiva para la ciudad. En el mes de enero llegaron vía marítima los restos de Manuel de Falla. El músico gaditano había fallecido el mes de noviembre de 1946 a los setenta años de edad en su residencia argentina. Bajo la presidencia del ministro de Justicia, Nemesio Fernández Cuesta, el cortejo fúnebre siguió a los restos del músico que iban en un armón de artillería arrastrado por cuatro caballos. Falla fue enterrado en la cripta de la Catedral, gracias a un privilegio especial concedido por Pío XII. En la fosa se vertieron arena procedente de Sancti Petri y del carmen de Granada.
Meses más tarde la ciudad vivirá otro acontecimiento de masas, aunque en este caso festivo: la coronación de su Patrona, la Virgen del Rosario. A Cádiz llegaron, el 4 de mayo, las patronas de numerosas localidades de la provincia que se concentraron en la plaza de la Catedral mientras el cardenal de Sevilla, Pedro Segura, presidía un pontifical. En procesión todas acudieron hasta la plaza de San Antonio donde se procedió a la coronación. El alcalde Francisco Sánchez Cossio actuó como padrino y junto al cardenal sevillano, subidos en sendas escaleras, coronaron a la Patrona.
Sánchez Cossio apenas llevaba unas semanas como alcalde de la ciudad. En marzo había sustituido al frente de la Alcaldía a Alfonso Moreno Gallardo. Curiosamente, ambos coincidirán años más tardes en distintos puestos en la Zona Franca de Cádiz. Que en la sesión plenaria donde se produjo la entrega del bastón de mando de la ciudad se reconociese el precario estado de las cuentas municipales no podía menos que sorprender en una época en la que todo lo que fuese gestión pública debía ir acompañado de lisonjas y elogios por el buen hacer de los administradores.
El 11 de mayo comienza la temporada taurina en la plaza de toros de Cádiz, que durante varios meses dará sesiones de cine. Juanito Bienvenida, Manolo Navarro, y Manuel Franco «Cardeño» componían el cartel con reses de Juan Belmonte. Los precios oscilaban entre las 10 pesetas en Sol y las 20 en Sombra. Para mejorar las comunicaciones se informaba cambios en los trenes con destino a otros puntos de la provincia.
La cartelera anunciaba la actuación de Antonio Machín y Bonet de San Pedro en el Cortijo de los Rosales para la noche del 18 de agosto. Una noche calurosa. Los cines de verano llenos, las jóvenes parejas paseando por las plazas del centro, comiendo pipas o un papelón de pescados fritos, las familias reclamando la presencia de los más pequeños, de juego aún por las calles, para la cena. Hasta que a unos minutos de las diez de la noche se escuchó una gran explosión, los cristales se hicieron añicos, cayeron vigas y se resquebrajaron muchos mientras el cielo de teñía de rojo. Decenas de muertos, miles de heridos. Aquella noche del 18 de agosto Cádiz se paraba el almanaque. Comenzaba una nueva época trágica para la ciudad.
Publicado en: Diario de Cádiz, 18 de agosto de 2012.