Manuel Bescós Lasierra era teniente coronel de la Armada con destino en Madrid cuando el 30 de junio de 1943 fue encargado por la Jefatura de Ramo de Armas Navales para efectuar una inspección de todos los polvorines en los tres Departamentos Marítimos españoles y entregar un informe pormenorizado de cada una de esas visitas para conocer la situación real en torno al almacenamiento de explosivos navales en España. El informe de Cádiz, firmado de su puño y letra, lo finalizó el 9 de julio siguiente, lo que demuestra la urgencia del asunto.
Entre sus conclusiones expone textualmente lo siguiente:
«Si bien los altos explosivos empleados actualmente son muy estables, sobre todo los fabricados en tiempo de paz, nunca puede tenerse una absoluta seguridad en su estabilidad y por lo tanto, en todo momento debe tenerse presente la remota probabilidad de explosión. Además debe considerarse la posibilidad de la acción exterior por accidente, guerra o sabotaje.»
Esto nos impide creer rotundamente que la catástrofe de Cádiz no era previsible, como se quiso dar a entender. Y el tiempo le daría la razón a este extraordinario militar sin que sus superiores le hubieran prestado la atención merecida. Prueba de ello es que en otra parte del informe, y con cuatro años de antelación, el teniente coronel Bescós vaticinara con total clarividencia y sin un solo ápice de exageración:
«Estas consideraciones mueven al Jefe que suscribe a aconsejar el urgentísimo traslado del depósito de Defensas Submarinas que en caso de voladura originaría una catástrofe de carácter nacional. Mientras subsista, debe extremarse la vigilancia militar y naturalmente la técnica, dando las órdenes oportunas.»